sábado, 27 de noviembre de 2010

La garita del diablo

Cuando los hombres descubrieron que podían viajar sobre las aguas, se hicieron navegantes. Cuando otros hombres se dieron cuenta de que podían asaltar los barcos de esos navegantes,
se volvieron piratas y corsarios, temidas huestes armadas que acabaron ambicionando cualquier territorio a su alcance.

Durante los siglos XVI y XVII, las plazas costeras del Caribe se fortificaron, aprestándose para su defensa. Las costas se poblaron de castillos y baluartes y, de trecho en trecho, se construyeron garitas estratégicamente situadas, desde donde los soldados vigilaban el horizonte día y noche, atentos a cualquier señal de peligro que llegase desde el mar.

Durante las horas de oscuridad, las rondas de guardia interrumpían cada tanto el descanso de los pobladores: “¡Centinela alerta!” gritaba el primero; “¡Alerta está!” respondía el siguiente. Así, de una garita a otra, hasta completar la última, dispuestos para iniciar la siguiente ronda con militar contundencia.

La noche de este relato, Juan, uno de los centinelas, no respondió. Su garita estaba situada al final de la línea de defensa, sobre un profundo acantilado, en el extremo de la bahía. El miedo se apoderó de los hombres, temiendo por la vida de su compañero y por la suya propia.

Con los primeros rayos de sol descubrieron, desparramados en el suelo de la garita muda, el fusil, la cartuchera y el uniforme de Juan, sin rastro del soldado. Pasando los días y a falta de una explicación mejor, se corrió la voz supersticiosa de que un demonio se había llevado su cuerpo por los aires.

Desde entonces, a la garita sobre el acantilado se la conoce como “la garita del diablo”.

La verdadera historia es bien distinta. Nada tuvo que ver el diablo con la desaparición de Juan, valiente y leal soldado español que tocaba la guitarra como nadie. Con ella y su bien timbrada voz enamoró a Madelis, una linda morenita de piel canela que ayudaba en las tareas de la cocina del regimiento.

A Juan, las ordenanzas militares le prohibían acercarse a ella y a ella se lo prohibía su mamá de crianza y adopción, más estricta que un sargento. Profundamente enamorados, Madelis le hablaba con los ojos y Juan le declaraba su amor sin que nadie sospechase que cantaba solo para ella.

Aquella tarde, poco antes de entrar de guardia en la garita del acantilado, Juan, acompañándose con su guitarra, tarareó suavemente:

“A eso de la medianoche
vete a buscar a tu amor,
porque lejos de tus brazos
se le muere el corazón.”

Madelis entendió el mensaje. Llegada la hora, se levantó de la cama sigilosamente y salió de casa en busca de su amado. Cuando se encontraron, la noche se llenó de besos y palabras de amor, y decidieron huir lejos y vivir juntos para siempre. Juan se despojó de su uniforme, cartuchera y fusil y se vistió con unas ropas discretas que Madelis, previsora como todas las mujeres, había llevado consigo. Sin hacer el menor ruido, abandonaron la garita y caminaron hasta el amanecer hacia el interior de la isla, donde formaron su hogar. Quienes los conocieron aseguran que jamás se vio por aquellos pagos una pareja tan enamorada y feliz.

Aún hoy, junto a la garita del acantilado, en las noches de plenilunio, se escucha, por encima del rumor del mar, una risa alegre y joven envuelta en el rasgueo de una guitarra.

La burla de los enamorados para quienes fabularon la leyenda de “la garita del diablo”.


IMÁGENES: Fotograma de La Perla Negra, el buque pirata del capitán Jack Sparrow en la ficción de Walt Disney “Piratas del Caribe”. La imagen de los enamorados es un fragmento de un fondo de pantalla que se ofrece en internet.

sábado, 13 de noviembre de 2010

El nombre del huracán

Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro fueron, desde siempre, las tres actividades requeridas para dejar algo nuestro en el futuro del mundo. El presente nos ofrece una nueva y original oportunidad para trascender en la vida: dar nombre a una tormenta. 

Los meteorólogos comenzaron a asignar nombres a los huracanes, ciclones, depresiones y tormentas tropicales, en las Antillas, con el fin de facilitar la comunicación con el público y reducir la confusión sobre el fenómeno al que se estaban refiriendo. Durante siglos, se identificaron con el nombre del santo del día: por ejemplo, el huracán de Santa Ana, que azotó Puerto Rico el 26 de julio de 1825 o el de San Zenón, que asoló Santo Domingo el 3 de septiembre de 1930.

A finales del siglo XIX, un meteorólogo australiano utilizó por primera vez un nombre femenino para referirse a un huracán. Esta práctica, que logró consolidarse durante la segunda guerra mundial, se oficializó en 1950 y fue abandonada en 1978, cuando la Organización Mundial de Meteorología incluyó nombres alternos de hombres y mujeres en la lista de tormentas para el Pacífico Norte. Las listas se reciclan cada año y contienen un nombre por cada letra del alfabeto, excepto unas pocas que no se incluyen debido a los escasos nombres que comienzan por esa inicial.

Los nombres de los huracanes más destructivos –Mitch o Katrina, por ejemplo– se retiran y no pueden ser usados hasta pasados diez años. De este modo, se evita confundir una tormenta histórica con otra actual y, de paso, se facilitan las acciones legales, reclamaciones de seguros, etc. Cada nombre retirado se sustituye por otro que comience por la misma letra. Un buen ejemplo es el huracán Hugo, que se movió por el Caribe en 1989, devastando varias pequeñas islas al este de Puerto Rico, luego Puerto Rico mismo y más tarde Carolina del Sur. Fue reemplazado por el español Humberto

El fin de semana pasado despedimos con alivio a Tomas (sin acento) que hizo de las suyas en la República Dominicana y en nuestro vecino Haití. Los dos próximos serán, si llegan, Virginie y Walter, femenino y masculino respectivamente, con quienes finaliza la lista de nombres asignados para la temporada ciclónica actual.

En Europa, desde 1954, el Instituto de Meteorología de la Universidad Libre de Berlín se ocupa de bautizar cada perturbación atmosférica en ese continente, en el marco de una iniciativa que ofrece la oportunidad de participar activamente en la asignación de nombres. Por unos pocos euros, quien lo desee puede apadrinar un sistema de altas o bajas presiones.

Los años pares, las altas presiones llevan nombres masculinos y las bajas femeninos. La regla se invierte los años impares. Algunos son ya famosos, como Klaus y Cintia, que afectaron este año a España y a otros países del sur europeo.

Cuando asignamos un nombre no se modifica el tiempo
–obvio–, pero estamos realizando una contribución importante, con nuestro dinero, para mejorar la formación de futuros meteorólogos y, de paso, dejamos nuestra pequeña huella en la gran historia del mundo.

Que no es poco.


IMAGEN: El huracán “Igor” a su paso por Bermudas (Sep. 2010). Para asignar un nombre, favor contactar con el Instituto de Meteorología de la Universidad Libre de Berlín. La información está en inglés pero el procedimiento es muy sencillo.