sábado, 10 de julio de 2010

La leyenda del lago

Este relato está dedicado a mis amigos, hombres y mujeres, con quienes, en Paraguay, tuve el privilegio de compartir y disfrutar de la belleza del lago de Ypacaraí y su entorno incomparable. Se lo debía desde hace tiempo. Estoy seguro de que quienes me leen en mi nuevo hábitat dominicano se complacerán también con esta pequeña ficción.



El jesuita descendía por el sendero del cerro Yvytypané, que en guaraní significa “aciago”, deseando llegar cuanto antes a la aldea Tapaicua o “pozo Tapá”, un conjunto de chozas miserables habitadas por medio centenar escaso de indios haraganes y ladrones que se habían negado a convertirse a la fe cristiana. Caminaba a buen paso, muerto de sed, acompañado de un pequeño loro de vistosos colores al que llamaba Pytã, “rojo”, que revoloteaba a su alrededor y que, a veces, se posaba a descansar sobre el hombro izquierdo del misionero.

Hombre y pájaro rezaban al unísono: el ave, arrastrando fuertemente las erres; el monje, con los registros de su bien timbrada voz de barítono, educada en Dios sabe qué claustros de remotos monasterios. “¡Vete de aquí! ¡Vete de aquí!”, le gritaba una y otra vez al loro quien, con su parloteo, le impedía concentrarse en sus oraciones.

Llegados al poblado, el pájaro voló hacia el pozo para aliviar su sed, pero el cacique de los indígenas, celoso custodio del agua que les daba la vida, impidió al sacerdote llenar la pequeña calabaza que llevaba colgada de la cuerda de cáñamo que, a modo de cinturón, sujetaba su tosca vestidura. De nada sirvieron sus súplicas. Frustrado y sediento, el religioso continuó su camino, con Pytã sobre su hombro.

Al final de la aldea, a la puerta de una choza un poco alejada de las demás, un indígena le hacía discretas señas indicándole que se acercara. Era un hombre joven, bajo y robusto que le ofreció, sin mediar palabra, media calabaza de agua y un trozo de chipa recién cocinada.

Del interior de la casucha, atraída probablemente por el incesante parloteo del pajarraco, salió una agraciada indiecita de cara redonda, grandes ojos oscuros y cabello increíblemente negro, que se quedó prendada de los hermosos colores del ave. Pytã debió de sentir una atracción similar por aquella hermosa criatura. Voló hasta la mano extendida de la niña sobre la que se posó con sumo cuidado, como evitando herirla con las afiladas uñas de sus patas.

Mientras el monje descansaba a la exigua sombra de un reseco naranjo, entre la niña y el loro se estableció un fuerte lazo de amistad. El ave no mostró ninguna intención de volver con su dueño, por lo que el jesuita decidió dejarlo con la feliz criatura y proseguir su camino, aprovechando el escaso frescor de un atardecer que derramaba generoso sobre el campo las alargadas sombras de las desaliñadas palmeras mbocaya.

A medianoche, el pozo de la aldea se desbordó. El agua manaba como un torrente cada vez más impetuoso, inundando caminos, campos y chozas, ahogando a todos los indios perezosos y ladrones que dormían en sus hamacas. Todos murieron, excepto uno y su niñita: los que aquella misma tarde habían regalado media calabaza de agua y un trozo de chipa a un jesuita sediento  y cansado. El loro les había despertado al grito de “¡Vete de aquí! ¡Vete de aquí!”, avisándoles a tiempo de que debían huir hacia lo alto del cerro que llamaban “aciago”.

Al oír el estruendo del agua, el monje volvió sobre sus pasos, tratando de detener el ya irremediable desastre. Desde lo más alto de la loma que hoy ocupa la iglesia de la Candelaria, en Areguá, con una cruz y una biblia en la mano, invocó a Dios Padre y el Padre Todopoderoso le escuchó. El pozo dejó de manar, las aguas se calmaron y retrocedieron en parte, mientras la luna llena contemplaba indiferente la tragedia.

Desde entonces, el hermoso lago azul formado aquella noche lleva el nombre de Ypacaraí, que en guaraní significa “lago sagrado”.


IMAGEN: El lago durante una regata del Día de la Hispanidad. Pulsando aquí se puede ver una secuencia de imágenes del lago con un fondo musical romántico e inolvidable a cargo de Julio Iglesias.

8 comentarios:

Oscar dijo...

BONITAS PALABRAS!!
Y QUE GANE LA ROJA LA COPA DEL MUNDO!!
OSCAR

FG dijo...

Sería un fin de semana perfecto.Imagínate ¡España campeona del Mundo! Gracias, Óscar, por tus buenos deseos.

Anónimo dijo...

Dos enhorabuenas: la leyenda del lago es preciosa y España campeona del mundo.

Roberto dijo...

Muy bien la leyenda del lago, y también me gustó lo del médico.

oscardoyle1@yahoo.com.ar dijo...

AGUANTE ESPAÑA!!!, MERECIDO CAMPEON DEL MUNDO CON JUEGO DIGNO Y LIMPIO, UNA VERGUENZA HOLANDA, A LAS PATADAS Y CON JUEGO SUCIO...
FELICITACIONES!!
OSCAR

Laura Holbein (Atlanta) dijo...

Leí tu historia, FG. ¡Cuánta imaginación! ¡Qué linda! Hasta parece que fuera verdad.

Anónimo dijo...

Creo que el lago no se formó así, por supuesto, pero la leyenda es muy hermosa. Gracias por tu imaginación.

Patricia Martinez dijo...

Hola Felix!!! Muy linda la historia, me encanto.
Patricia