Ni ancestral folklore patrio, ni rito atávico, ni baraúnda religiosa, ni espectáculo turístico. Simplemente, el reencuentro de un pueblo, en la concordia de la primavera, con el paisaje moral de sus sentimientos y de su conciencia, de sus pasiones y de sus emociones. La cita con la memoria, preservada a través del tiempo, que nos vincula con la necesidad de la indulgencia, en esa dimensión social del amor y la piedad.
Esto es, en cualquier lugar de España, nuestra Semana Santa: una conmemoración profundamente enraizada en las mejores cualidades humanas, en la ética y en la religión, arropada en una simbología de enorme potencia emotiva y bellísima sensibilidad estética.
Las miradas vacías de los que no ven deberían asombrarse del respeto con el que vive cada uno la expresión de su fe o los motivos de su presencia. Ninguna otra cita masiva genera tantísima tolerancia. Mujeres pro-abortistas caminan descalzas junto a la imagen del Cristo del Gran Poder, protegiéndose acaso, con un pañuelo, de la lluvia de cera de los cirios. Políticos profundamente críticos con la Iglesia Católica, presiden sin conflicto las procesiones de su ciudad.
Al caer la tarde del Viernes Santo, las calles se visten con los colores serios de las túnicas de los costaleros cubriendo la arpillera de sus costales. Caminan sin reparar en la presencia de la gente, sombras mudas, silenciosas zapatillas de esparto, rápidos y solemnes hacia su cita anual con el rito de la pasión y la misericordia. No hay gestos, ni palabras, ni saludos.
Dentro de unas horas serán solamente costaleros anónimos portando la efigie de un Cristo Crucificado en la procesión de una de las numerosas cofradías. El majestuoso andar de costeo a costeo, tantas veces ensayado, levantará arrebatadas pasiones entre el público, al compás de una música solemne, en el estallido de la percusión o en la situación respetuosa del silencio.
Nadie que no haya estado en las trabajaderas, juntando su esfuerzo con otros como él, sabe hasta qué punto se comparte ahí abajo la experiencia del sufrimiento. Uno de ellos, intelectual escéptico, me dijo un día: “No creo que estoy llevando a Dios sobre mis hombros, pero sí a un hombre que murió por el perdón de todos. Con esto me basta para involucrarme.”
En Aragón, la Semana Santa se vive bajo el eco profundo, palpitante y abrupto de bombos y tambores. En el estruendo de la percusión, con su ritmo monótono y primitivo, desfilan las procesiones, los penitentes, los pasos y las cofradías. Se evocan autos sacramentales y el pueblo conmemora con piedad la muerte del Salvador.
Del Hombre que, al perdonar a sus enemigos porque no saben lo que hacen, dejó abierto el poder del Dios clemente incluso para los que sí lo saben.
IMAGEN: Cartel promocional de la Semana Santa de 2011 en Zaragoza, Ciudad de los Sentidos, editado por el Depto. de Turismo.
5 comentarios:
Hermoso y emotivo. Gracias.
Hola amigos, soy de Tacna y me llamo Margarita. Deseo compartir que recordemos y tomemos conciencia lo que Cristo hizo por su prójimo que somos nosotros, murió por nosotros para perdonar nuestros pecados, todo lo malo se lo llevó en la cruz.
Como maño por el que corre la sangre del bajo Aragón (mi padre es de Calanda, el pueblo natal de Luís Buñuel), corroboro lo que dice Félix.
Hay una anécdota del compadre Buñuel que lo explica todo. Él mismo se autodefinía como "ateo, gracias a Dios". Estando en un hotel de París un día de Viernes Santo, subió a su habitación el personal de seguridad del hotel, ya que sus vecinos de alojamiento habían denunciado un escándalo. Cuando entraron en la habitación los de seguridad, se encontraron a Don Luís aporreando un tambor con la "marcha palillera". Ante la pregunta de por qué hacía eso, simplemente contestó: "porque son las 12 del mediodía y es Viernes Santo".
En Calanda, todos los años ese día y a esa hora, se reúnen unos 2500 tambores y bombos en la pequeña plaza del pueblo, para "romper la hora", en conmemoración del terremoto que rasgó el velo del templo en el momento en que murió Jesucristo.
Os puedo asegurar, que he visto a más de un ateo confeso cómo llora como un niño y le tiemblan las piernas...
Juanma, gracias por el comentario. No conocía la anécdota, pero me parece deliciosa.
Ves ese puntito en el Cluster maps en la costa oeste de India? Era yo!
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