sábado, 30 de julio de 2011

Blas

En el cañaveral se transpira fuego por unas pocas monedas y media docena de plátanos al día. El sudor hierve sobre la piel abrasada, el machete quema, el aire quema, la tierra quema… La mirada del capataz presiona dolorosamente en la nuca para que los hombres no se yergan, para que avancen sin descanso, sin un segundo de respiro, en aquel sofocante océano verde y sin fin.

cortando-la-cana-de-azucarSemanas y meses, uno tras otro, hasta que un viajero llegado de lejos les sembró el alma de palabras nuevas, alegres y brillantes como pequeños soles. Después, la huelga y la represión de los fusileros. La caza del negro en la manigua y su lucha a machetazos. La guardia de los blancos se empleó a fondo. Una barcaza llena de prisioneros que sale con el alba a voltear su carga humana donde los tiburones alzan surtidores de espuma.

Después, el fuego en el cañaveral. Blas se arrastra hacia la playa. Tambaleándose cae de bruces sobre la arena. Implora a Ghedé, señor de las tinieblas, de la vida y de la muerte, y el dios le escucha benévolo.

-Tengo muy poco que contarte, Señor. Es la vida de un negro.

La voz grave de Ghedé resuena como un trueno:

-¡No me gusta que te humilles, Blas! El negro ha sido hecho con zumo de caña, pulpa de aguacate y corazón de noche sin estrellas. Te buscan los blancos, Blas. Todos los blancos. No perdonarán que les hayas mirado a la cara, que te hayas enfrentado a sus fusiles, que tus hermanos lleven por ti un sueño de libertad marcado sobre la frente.

En el blancor de la playa, Blas, pequeño bulto negro, avanza dando tumbos hacia el mar por el camino que le muestra Ghedé. Llega hasta el agua y siente su frescor en la planta de los pies ardientes. Luego en los tobillos, las rodillas, en la cintura abrasada… El mar está ya ciñéndole el pecho, murmurando bajo las axilas, adormeciéndose en sus hombros.

Blas se detiene un momento, confuso, desorientado, perplejo, como dudando el camino. Ghedé le empuja suavemente.

-Adelante, Blas, adelante.

-Ta bien, Señor.

Da un paso más y el agua le zumba en los oídos, trepa sobre sus ojos, por su frente… Blas se hunde, mueve los brazos con desespero, con angustia… Pero las manos de Ghedé siguen empujándole al oscuro silencio del fondo. Blas quiere vivir, zafarse de aquella muerte que se le enrosca en la sangre. Volver al aire, a la luz, al regazo dulce y tibio de su esposa Caridá.

Del remolino de sus ansias solo queda un chapoteo, un diminuto oleaje, un caballito de espuma que corre hacia la playa y se tiende a morir sobre la arena.

 


Inspirado en una crónica de la obra literaria del aragonés José Ramón Arana (Zaragoza 1906-1973), donde trata la huelga en los cañaverales.

4 comentarios:

Diego dijo...

Esta entrada me parece muy chula. Sobre todo la descripción de los ingredientes de un negro :)

Ana dijo...

Me encanta el relato. Es la vida de quien no goza del mayor "ingrediente" para vivirla: la libertad.

Javier dijo...

Es un relato conmovedor, narrado con un lenguaje lleno de matices y expresividad.

Marichu dijo...

Alguien dijo que un relato debe implicarnos con los cinco sentidos: el olor a sudor, el color de la piel, la voz del capataz, el sabor de las lágrimas... Pero por encima de los sentidos corporales he percibido el dolor, el sufrimiento, la soledad... que son "los sentidos" del alma.